Domingo 23 de Febrero del 2025

VII semana del tiepo ordinario

Hermanos y hermanas, el rey David es una de las figuras más relevantes del Antiguo Testamento, no sólo por sus logros militares o políticos sino porque su manera de gobernar quedó como una especie de referencia perpetua hasta el punto que Jesús mismo fue llamado “hijo de David” en los evangelios.

La primera lectura de hoy nos deja asomarnos a ese aspecto notable de David. Para él, Saúl no es simplemente su enemigo. Es enemigo suyo pero es también el ungido del Señor, porque Dios lo escogió y lo ungió como rey. David no anhela tanto legar al poder, ni detesta tanto a Saúl, que lo ha odiado sin razón, como para despreciar el mandato, la palabra y la unción del Señor. David, podríamos decir, no quiere salir con su plan “a como dé lugar” sino que sabe apreciar el estilo de Dios; él respeta ese estilo y sabe preferir ese plan. Por eso es modelo para nosotros.

Muchos cristianos pueden sentirse sorprendidos o confundidos por la alta exigencia del evangelio de hoy que nos manda no juzgar. Parece psicológicamente imposible no formarse una opinión sobre quién es responsable de qué, y cuando uno dice que alguien obró mal, ¿no es eso juzgar? Además, Cristo mismo denunció iniquidades e hipocresías en personas concretas, por ejemplo, los fariseos de su tiempo: ¿no es eso juzgar? Y además, los sistemas de justicia del mundo entero finalmente tienen que hacer declaraciones sobre quién es inocente y quién es culpable. Una vez más, ¿no es eso juzgar?

Parece que la clave para entender este texto es descubrir que hay distintas clases de juicio. Una cosa es llamar bien al bien y mal al mal, cosa que es saludable y necesaria; otra cosa es creer que uno puede establecer la verdad, o sacar a luz todo lo oculto, cuando se trata de la vida de otra persona. Dicho de otra manera: una cosa es juzgar de sus actos, en cuanto puede demostrarse que son reales y que son suyos, y otra cosa es juzgar de la persona, es decir, llegar por ejemplo a pensar que conocemos lo suficiente de esa persona como para establecer su verdad. “No juzgar” es un acto de sensatez que pone por delante la propia ignorancia y que prefiere detenerse en el ámbito de los hechos comprobados sin pasar a determinar qué es finalmente esa persona, que en últimas equivale a quién es ella ante Dios.

Que tengan una Feliz y bendecida semana.
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