Segunda Semana de Cuaresma
Hermanas y hermanos, en medio de la noche, Dios lleva a Abrahán, primero a la contemplación de la grandeza de sus promesas y luego al reconocimiento de la propia nada. Porque hay aquí la historia de dos noches. Una, la de contar las estrellas; otra, la de permanecer semiaterrorizado ante los trozos de carne despedazada. Esta segunda escena, bueno es aclararlo, nos remite al modo en que solían celebrarse las alianzas entre jefes de tribus o clanes, en aquella época: los que sellaban alianza pasaban por en medio de los animales despedazados y juraban, cada uno por los propios dioses, que querían un destino semejante si llegaban a incumplir las promesas hechas.
Si lo miramos bien, estas dos noches, la de la admiración y la del espanto, se corresponden bien con esas dos dimensiones que la antropología moderna ve en el hecho religioso: “fascinante” y “tremendo.” Belleza que encanta y abismo que espanta; sublime ternura de un Dios que enciende la esperanza y temeraria audacia de un mortal que conversa y peregrina de cara a su Dios. Tal es la alianza; tal es la cuaresma.
Ni siquiera los demonios llegaron a saber a ciencia cierta quien era, porque de lo contrario, no lo hubieran llevado a la cruz porque allí sufrieron su derrota. En la transfiguración, aparecen también Moisés y Elías para presentarlo como el Mesías, mucho más poderoso que ellos y al que habían anunciado tantos años antes. Le hablaban de su próxima muerte ignominiosa. En ese instante, una nube densa lo cubrió como fue cubierta el arca de la alianza, como signo de la presencia de la divinidad. Y así lo entendieron los tres discípulos al arrojarse sobre la tierra, temblorosos por la cercanía de Dios. Esta revelación fue confirmada por el Padre celestial: este es mi Hijo muy amado, escuchadlo. Con estas palabras, el mismo Padre da testimonio de la mesianidad de su Hijo. Ese hombre que verán traicionado, sentenciado, azotado, coronado de espinas, escupido, llevando la cruz a cuestas hacia el calvario y muerto en la cruz, ese es el Hijo de Dios. Estos tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, se volverán a encontrar solos con Jesús, en el huerto de Getsemaní, tan desconcertados como lo están ahora. Solamente después de la resurrección de Jesús, empezarán a entender estos misterios; y es que los misterios de Jesús, se entendera en la Pascua
Feliz y bendecida semana
